Cada día que Virginia Bolos sacaba a pasear a Mula, su perra Cocker Spaniel de 2 años y medio, un pájaro se cagaba en su cabeza. Pasó una semana y Virginia se planteó salir un minuto más tarde para que la mierda cayese antes, y en vez de pisar la mierda a ella, que fuese ella quién pisase a la mierda.
De ese modo, siguiendo su propia teoría, el día siguiente salió un minuto más tarde, y el pájaro lo volvió a hacer. Virginia pensó que quizás un minuto era poco tiempo, y el día siguiente salió dos minutos más tarde de lo habitual. El pájaro lo volvió a hacer.
Parecía que a medida que se acercaba el verano, que el sol se ponía un minuto más tarde, el pájaro -quién tenía marcado un horario solar para hacer sus necesidades- también lo "ponía" un minuto después. Pero esto, Virginia no lo sabía. Ella pensaba que era el azar quién destinaba esa mierda en su cabeza, o que era más bien una cuestión de gustos, de los gustos de los pájaros. Pensaba que su cabeza les gustaba, 'quizás sea el champú. Mañana compraré otro', dijo mientras subía el ascensor.
La mañana siguiente, Virginia volvió a bajar un minuto más tarde que el día anterior, y justamente cuando iba a cruzar la calle para ir al supermercado a por su nuevo champú, un niño salió disparado detrás de una pelota y justo cuando se agachó para recogerla, un pájaro se le cagó en la nuca. Virginia observó el hecho desde la distancia y sin poder evitarlo una sonrisa enorme se dibujó en su cara, miró hacia el cielo y vio como el maldito pájaro se iba volando.
Ambos se acordarían toda la vida de aquel día, Virginia porqué no cambió de champú, y Miguel, el niño de la pelota, porqué sus amigos le pusieron el mote de Miguerda.