Todos los juguetes de Marco estaban fuera de su sitio. Pero cuál era el buen sitio? Según su padre en el baúl, según su madre en el cubo de plástico y según su hermano pequeño en el suelo de la habitación. Quizás por eso Marco los escondía en los lugares más insólitos de la casa.
A menudo se escuchaban gritos de su madre al encontrar una araña en un cajón, un dinosaurio en el congelador, Spidermans colgando de las lámparas, entre otros. La incertidumbre de encontrarse un ser inanimado en el sitio menos esperado le ponía bastante de los nervios a la mamá. Pero por lo menos los juguetes no estaban tirados por el suelo, pensaba, y el niño, si más no, estaba entretenido.
No era Marco Polo, pero su afán explorador le llevó a dibujar un mapa de su casa donde decía exactamente dónde estaba cada juguete y el día que lo había escondido. Con una cruz marcaba los que aún estaban por encontrar, con un círculo los que había encontrado mamá y con un cuadrado los de papá (de esos había pocos).
En los años, aquella casa se convirtió en una gran casa del tesoro. Había juguetes escondidos en sitios inimaginables y que quizás nadie nunca llegaría a encontrar. Llegó un momento que a mamá ya no le extrañaba encontrarse un playmobil dentro del azúcar o un barquito en la cisterna del water.
Aquello era normal en casa de los Leopoldo Maltés. Era tan normal que Marco organizaba actividades para sus amigos, para pasar la tarde, donde había que encontrar diferentes objetos con un tiempo limitado y dónde el ganador se llevaba lo encontrado. Había colas larguísimas de niños que querían entrar. Todo el mundo quería ser amigo de Marco.
Dicen los vecinos que había tantos juguetes escondidos que cuando Marco terminó la universidad aún iban niños, y no tan niños, a jugar. Algunos de los privilegiados cuentan que iban por curiosidad, otros por las reliquias que podían encontrarse, algunas de coleccionista, y otros aseguran que iban por las magdalenas que preparaba su mamá.