martes, 7 de febrero de 2012

Zumo de tomate sin color

Aún no habían tocado las 4 de la tarde, era un lunes festivo y estaba lloviendo a bots i a barrals que dicen los catalanes. La tele apestaba más que el pienso del perro.

Estaba solo porqué era un cabrón y se lo merecía (eso lo digo yo, porqué él no se había dado cuenta). Y no había nada que le diera más placer que joder a la gente. Él era así. Un hombre de pocas palabras pero con las ideas muy claras. Era difícil de convencer, para qué engañarnos.

Cuándo llovía, le gustaba ver películas de Charles Chaplin y mientras tanto beber zumo de tomate. Lloraba fácilmente. También bebía mucho zumo de tomate. Y además se sabía todas las películas mudas de memoria. Le gustaban. Le encantaban, porqué nadie hablaba. Eran su reflejo más claro, tan claro que ni siquiera tenían color.

No se sabe exactamente si era la persona más sola del mundo, porqué en su casa vivían miles de bichos. Algunos de ellos parecían especies nacidas para vivir allí, salidas de entre restos de zumos de tomate, olor a tabaco y sudor humano.

Todo el mundo atribuyó su muerte al diluvio que cayó durante 20 días, hecho por el que según mi parecer debía de haber estado preparado. En su despensa había más Tetra briks de zumo que en el supermercado de la esquina. Su estantería estaba llena de VHS mudos. Todo perfecto para una larga sesión de lluvia.

Se lo encontró la limpiadora de la escalera una tarde que llovía a cántaros, que dicen los castellanos. La peste a podrido se olía desde el rellano y mezclado con el olor de lluvia no era precisamente cocido de la abuela. El estado de la casa era deplorable, los bichos se habían apoderado de ella y de ello.

Estaba aparentemente solo. Estuvo siempre solo, pero nadie supo si su soledad fue interior. Ni siquiera lo supe yo.



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