El elefante se atragantó con el domino.
Pasadas las 2 de la madrugada se disponía a jugar la que sería su última partida. Todavía era temprano, ni se lo había planteado cómo sería su muerte. Pasó todo muy rápido. Casi todas la piezas estaban boca arriba. Un auténtico laberinto. Pero la suerte no le acompañó.
Desafortunadamente cogió el doble 3 cuando ya se había cerrado el juego. Ninguna posibilidad de colocar la pieza. Miraba a su contrincante a ver si se giraba un momento y así aprovechar para colocar el doble. Pero elefante Rosa tenía la mirada fija en la mesa. Ni parpadeaba.
La piña colada le estaba subiendo a elefante Rosa y junto con los nervios de la que podía ser su primera victoria, se hizo un lio. Una pieza cayó. Rápidamente, mientras Rosa se acachaba, Blanco cogió el doble y lo metió en su vaso. Se camuflaba bastante bien. Demasiado bien.
La partida siguió y cuando el Blanco estaba a punto de alcanzar la victoria, dio ese fatídico trago. Quién se iba acordar que el doble seguía dentro del vaso.
Se lo bebió. Se lo tragó. Y se ahogó.
Se puso más pálido que su nombre. Su último pensamiento fue lamentarse profundamente haber sido blanco.
Elefante Rosa ni lo vio venir.