Una carretera recta sin cruces durante aproximadamente 3km conducía al pequeño pueblo de Frkjäm. Pocos coches transitaban por esa carretera de un único sentido, sin salida y que solo llevaba a una parte: a Frkjäm. Los pueblos son conglomeraciones de casas, familias y animales que viven en un rocambolesco mapa que nunca ha estado pensado para facilitar las comunicación. Los coches no tienen cabida, las telecomunicaciones son nulas y el bar es el centro de información. Los habitantes agradecen tener una carretera que cruce el pueblo, siempre que haya un banco bien situado que permita contemplar la escena y decir cada uno la suya. Sin embargo, si una carretera no cruza el pueblo sino que solo llega hasta él, el flujo de personas, coches y telecomunicaciones se reduce considerablemente.
Nota de Jubilee, 10.35 del 28.02.13, Primera impresión de Frkjäm.
El ejército de pelirrojos vestidos con gorro de lana, jersey de cola de caballo y zapatos de payaso adictos al perfume de mujer, llegaron. Se desconoce si el gps se perdió. Existe el punto donde se va la cobertura. El coche continuó exactamente 1h y 12 minutos después de que nadie supiese dónde estaban y aún menos donde iban.
El banco como mobiliario seguía allí. El pueblo como conglomeración ni se movió de allí. La carretera sin cruces ni gasolineras llevó a los pelirrojos a Frkjäm. Era navidad. Alguien se había encargado de decorar las dos calles del pueblo con luces azules. En el bar se servía cena especial.
La puerta del bar se abrió. Cuatro individuos pelirrojos la atravesaron y cruzaron los 3 metros que separan la puerta de la barra. En el bar había 6 mesas, 4 de la cuales estaban vacías de personas, pero llenas de polvo. En una de ellas reposaba un vaso opaco que de vez en cuando lo acariciaba una mano peluda de un hombre que se ocultaba detrás de un sombrero verde. Verde como el moho que reposaba en el fondo de la taza de la mujer sentada dos metros más a la derecha. Nadie se acuerda que hubo en su interior.
Los cuatro pelirrojos fueron directos a la barra. Un hombre lentamente se acercó a preguntar: quieren algo? Cuatro whiskies, por favor- dijo el más bajo de ellos. El hombre de la mano peluda se sacó el sombrero. Su pelo tenía forma de sombrero. Focalizó rápidamente hacia la barra.
Hacía tanto tiempo que nadie había llegado a la ciudad, y mucho menos entrado en el bar que ni siquiera las palabras tenían voz. El hombre lento de detrás la barra empezó a sacar comida. Era navidad. Los platos sobre la mesa se enganchaban. El polvo había creado una barrera antideslizante. La madera de la mesas había cambiado de color. El bar olía a sudor hasta que empezó a salir la comida y el ambiente dejo de enfriarse.
Las 9 de la noche. Una señora vestida con un camisón de franela abrió la puerta sigilosamente. Dos minutos después entró un hombre con un taca-taca a una velocidad espeluznante, venía para el postre. La puerto no se cerró. Dos gemelas vestidas cromáticamente igual llegaron. Un varón que parecía más joven que el resto se sentó al lado del hombre del cabello en forma de sombrero, y de las manos peludas. Llevaba un bolso de mujer de donde sacó un bola de cristal.
El hombre de detrás de la barra no paraba de sacar comida. La puerta seguía sin cerrarse. Las sillas empezaban a cambiar de posición mientras a su paso dejaban el suelo a topos. Entonces la puerta del baño se abrió. Una mujer con una pinta horrible y un acordeón salió de ella. Nadie sabe cuanto tiempo llevaba allí. El acordeón a penas sonaba. Pero el ruido de los cubiertos sobre los platos era tan fuerte que nadie se dio cuenta de lo desafinado que estaba el acordeón.
Los cuatro pelirrojos seguían sentados en su mesa cuadrada, mientras los 4 whiskies se convertían en aire. Observando la escena. Escuchando la escena. El más bajo de todos les hizo una señal, se levantó y los otros 3 le siguieron para abandonar sigilosamente el bar.
Era navidad. La noche era cálida, hecho raro. Subieron al coche. Salieron del pueblo por el mismo sitio por donde habían llegado, pues, no había más carretera. El banco como mobiliario seguía allí. Siguieron recto dejando atrás el cartel de Frkjäm hasta que llegaron al lugar donde horas antes perdieron la cobertura. La radio empezó a sonar con "After the fall" de Grant Nicholas. El pelirrojo bajo, el que pidió los whiskies, el que hizo el guiño, el que conducía, empezó a cantar. Los otros tres, simplemente, hicieron los coros mientras se alejaban de un pueblo que simplemente, no salía en los mapas.
Nota de Jubilee, 20.30 del 20.12.15, Segunda y última impresión de Frkjäm.
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