Se quedó con la barba a medias. Cuchilla rota, qué idiota. Camisa a cuadros, arrugada, mal planchada y con una mancha de chocolate. Pantalones a rallas y sombrero de copa.
El café se había enfriado y las pastas se las estaban comiendo las moscas. Se lo bebió y echó las pastas por el balcón. Con un poco de suerte caerían en la cabeza de algún guiri.
En la parada del autobús había una mujer gorda que ocupaba todo el banco. Se quedó de pie. Tenía pis y el autobús llegaba tarde. Al subirse en el 23 se dio cuenta que se había equivocado de dirección. Se bajó.
Esta vez era el bueno, y afortunadamente estaba menos lleno. Se sentó al lado de un señor con pipa y se durmió en su hombro. El nivel de relajación era tan alto que se acomodó demasiado. Se meó encima.
Tenía el culo empapado, pero estaba cómodo. Llegó su parada y no se bajó. Después de una hora el autobús llegó a su destino. Sólo quedaban dos personas: el señor de la pipa y el del meado.
El conductor abrió todas la puertas y el de la camisa a cuadros, arrugada, con una mancha de chocolate y con el culo mojado se levantó y se bajó. El otro se quedó quieto, con la cabeza apoyada en la ventana. Demasiado frío como para seguir vivo.
Quin final més inesperat, espero que no em passi mai, ni una cosa ni l'altra.
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