A la bota de Hermenegilda siempre le faltaba un cordón. Esas eran cosas que nunca entendió. Por qué siendo hija de un zapatero siempre iba con zapatos viejos y estropeados. Ella no era la única afectada. Su abuela murió descalza y su hermano pequeño llevaba sus zapatos de tacones.
Eduardo el Zapatón le llamaban a su padre. Ese era un mote que le sacaron cuándo Hermenegilda todavía no había nacido, y como no se atrevía a preguntarle a su papá por qué le llamaban así, nunca lo supo. Por consecuencia ella era la Zapatona.
Eduardo murió hace mucho tiempo. Era un hombre un tanto mayor, padre de 12 niñas y un niño que llevaba zapatos de tacones.
La familia acabó harta de los Zapatos, de Zapatón, Zapatona, Zapatiña, Zapatiliña, Zapi, Zape, Zapona, y miles de motes que les habían puesto a todas y a cada una de las niñas de Eduardo y al niño con tacones. Supongamos que fue por eso que en el funeral de Eduardo todos fueron descalzos.
Después de la muerte del patriarca, la familia vendió el taller de zapatos. Las voces del pueblo dicen que lo compró una multinacional llamada Cambell o Campell, o algo por el estilo. También se habla sobre la misteriosa desaparición de los todos miembros de la familia. Nadie sabe dónde fueron.
Por si eso no fuera ya raro, corre una leyenda sobre Eduardo. Hay quienes dicen que si por la noche le dejas un zapato estropeado en su tumba, la mañana siguiente lo encuentras reparado.