martes, 27 de septiembre de 2011

Callar por no hablar

Ya volvían a dormir juntos. La verdad es que era una cosa de la que nunca habían hablado, pero pasó y ahora les daba más miedo afrontarla.

Lo hacían casi siempre, se emborrachaban y después acababan acostándose sin planteárselo. A los dos les iba ese rollo, nada serio, sin compromisos. Los dos buscaban lo mismo, mutuo placer. Y era por eso que les iba bien.

Les daba miedo hablar de la relación, les daba miedo el futuro. Pero el futuro se convirtió en presente y el presente en pasado. Y pasaron los años tumbados en camas, alfombras y sofás de piel hasta que un día murieron.

Pasó tanto tiempo que murieron de vejez y se fueron sin haberse dicho que se amaban.

Él era un hombre y ella una mujer.


domingo, 25 de septiembre de 2011

Cosas de niños

Federico tenía una canica. Era la última que le quedaba después de haber perdido todas sus canicas en el patio del colegio. No las perdió jugando. Él era un niño muy reservado, nunca le había gustado jugar.

Todo pasó antes de que sonara el timbre.

Alicia tenía una Barbie. No era ni la primera ni la última que tendría. Ella era una niña muy dulce, aunque nunca le habían gustado los dulces. A sus 7 años se encontró con Federico.

Él era un niño muy nervioso y perdió los nervios. Alicia era muy guapa, de grande seguro que sería modelo. Fue aquel 5 de enero cuando, en medio de esa lluvia húmeda, se conocieron. Él corría con los bolsillos llenos de canicas, ella peinaba a su Barbie.

El niño no es que no llevara gafas, porqué de ver, veía bien. Fue más porqué iba mirando hacia atrás, y por eso chocaron. Aquello no fue un amor a primera vista, porqué Federico a penas la pudo mirar. Todas sus canicas cayeron en el patio, y el niño que le perseguía se apropió de ellas descaradamente.

Federico se quedó perplejo y solo supo decir "pe per dón". Y siguió caminando con la única canica que le había quedado.

Años más tarde cuando se acostaron por primera vez Alicia ni se acordaba de aquel día.



sábado, 17 de septiembre de 2011

La increíble historia de Zapatón

A la bota de Hermenegilda siempre le faltaba un cordón. Esas eran cosas que nunca entendió. Por qué siendo hija de un zapatero siempre iba con zapatos viejos y estropeados. Ella no era la única afectada. Su abuela murió descalza y su hermano pequeño llevaba sus zapatos de tacones.

Eduardo el Zapatón le llamaban a su padre. Ese era un mote que le sacaron cuándo Hermenegilda todavía no había nacido, y como no se atrevía a preguntarle a su papá por qué le llamaban así, nunca lo supo. Por consecuencia ella era la Zapatona.

Eduardo murió hace mucho tiempo. Era un hombre un tanto mayor, padre de 12 niñas y un niño que llevaba zapatos de tacones.

La familia acabó harta de los Zapatos, de Zapatón, Zapatona, Zapatiña, Zapatiliña, Zapi, Zape, Zapona, y miles de motes que les habían puesto a todas y a cada una de las niñas de Eduardo y al niño con tacones. Supongamos que fue por eso que en el funeral de Eduardo todos fueron descalzos.

Después de la muerte del patriarca, la familia vendió el taller de zapatos. Las voces del pueblo dicen que lo compró una multinacional llamada Cambell o Campell, o algo por el estilo. También se habla sobre la misteriosa desaparición de los todos miembros de la familia. Nadie sabe dónde fueron.

Por si eso no fuera ya raro, corre una leyenda sobre Eduardo. Hay quienes dicen que si por la noche le dejas un zapato estropeado en su tumba, la mañana siguiente lo encuentras reparado.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Dónde nos hicieron Papá y Mamá

La mamá de Andrés no lograba entender la obsesión de su hijo.

A menudo intentaba recordar cuándo empezó aquello, pero no conseguía ubicarlo en su memoria, simplemente un día pasó, y para aquel entonces, ya era demasiado tarde.

Magdalena, madre de Andrés y de dos niñas gemelas más -Alfonsa y Ángela-, se preguntaba qué había hecho mal para que su hijo desarrollara esa obsesión. Porqué aunque nadie se atrevía a debatir sobre esto, Magdalena lo sabía desde el primer día que aquello era otra más de las llamadas enfermedades humanas. "Ésas que hay en todas las familias" repetía siempre para así sentirse una madre mejor.

Obsesionados los padres con la obsesión de su hijo no se dieron cuenta que a las gemelas les pasaba algo raro. Tampoco recuerdan como empezó, demasiado trabajo tenían con su hijo mayor.

Aquella familia empezaba a parecer un tanto extraña. Mientras que el niño se pasaba horas y horas viendo como daba vueltas la lavadora y moviendo la cabeza circularmente; las niñas se habían obsesionado en bañarse varias veces al día.

Fueron a los mejores especialistas de aquella época y ninguno supo encontrar una explicación. Finalmente acudieron a un curandero quién no encontró solución pero intuyó la raíz de todo.

Papá y mamá se avergonzaron al recordar dónde concibieron a sus hijitos. Sin embargo, esta historia pasó hace muchos años y ya nadie se acuerda ni de Papá ni de mamá, y mucho menos de sus hijos obsesos.