Ya volvían a dormir juntos. La verdad es que era una cosa de la que nunca habían hablado, pero pasó y ahora les daba más miedo afrontarla.
Lo hacían casi siempre, se emborrachaban y después acababan acostándose sin planteárselo. A los dos les iba ese rollo, nada serio, sin compromisos. Los dos buscaban lo mismo, mutuo placer. Y era por eso que les iba bien.
Les daba miedo hablar de la relación, les daba miedo el futuro. Pero el futuro se convirtió en presente y el presente en pasado. Y pasaron los años tumbados en camas, alfombras y sofás de piel hasta que un día murieron.
Pasó tanto tiempo que murieron de vejez y se fueron sin haberse dicho que se amaban.
Él era un hombre y ella una mujer.
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